lunes, 1 de diciembre de 2008

Ya no te puedo prometer la luna...

Entre las cosas que, en su día, prometí regalar a alguna novia mía, sin duda, estaba la luna. También recuerdo una frase que repetía constantemente en las fases álgidas del enamoramiento: «Algún día todo esto será nuestro». Solía ser, por lo general, delante de paisajes espectaculares, véase una puesta de sol en el mar Cantábrico, los viñedos de La Rioja, o los bosques de hayas de Navarra, casi nada. Las dos partes, la novia de turno y el menda, sabíamos que aquello era una declaración de intenciones vacía de contenido, un juego en el tablero de la imaginación, y funcionaba perfectamente porque no había nadie capaz de mejorar mi oferta. En el mundo de los sueños no hay que ponerse límites, siempre hay que aspirar a ser el rey del mundo.
El problema viene cuando compruebas que otros registran ante notario tu patrimonio onírico, como es el caso del Abramovich este de los... que le acaba de regalar a su novia un pedazo de la luna. Eso no se hace. Me parece genial que los que están forrados se rodeen de lujo, se congelen para ser inmortales, se alarguen el pene con células de su propio cuerpo, lo que quieran, pero la luna dejarla sin hipotecas, por favor. La luna es de todos los enamorados del mundo, de todos los soñadores, ilusos, fantasiosos, olvidadizos, lunáticos, de todos los adolescentes con granos y voz de hombre, de todas las princesas, mujercitas, mujeres y mujeronas, de los niños, de los abuelos y mía, y de usted. Abramovich, cómprate la Liga inglesa entera, pero devuelve el cacho de luna que no te corresponde. Que la luna mengüe por imposición de su ciclo, lo entendemos; ahora, que mengüe por los bocados de tus caprichos, ni hablar. Piensa en ese joven que, esta noche, abrazado a su novia, le va prometer la luna entera para conseguir el primer beso. Y ella, que no está muy por la labor, le va a contestar: «pero si no es tuya, es de un ruso, que lo he leído en una revista». Abramovich no nos jodas más.......